La historia de los celtas de la península Ibérica hunde sus raíces en la lejana Edad del Bronce, y su legado se mantuvo vivo hasta mucho después de que los romanos conquistasen su territorio.
Los celtas dejaron una fuerte impronta en las civilizaciones posteriores de la Península Ibérica, sobre todo desde el punto de vista étnico, cultural y lingüístico. Constituían unas élites guerreras que ejercían el predominio sociopolítico, como lo demuestran diversos hallazgos como los ajuares funerarios con armas o los castros fortificados. A través de la tradición oral también hermos heredado topónimos terminados en –briga (término celta que significa fortaleza o altura) o con el sufijo seg– (que significa victoria). Tradicionalmente se ha recurrido al discurso de las invasiones procedentes del centro de Europa o de las Galias para explicar el fenómeno celta en la Península Ibérica. Pero la realidad podría ser bastante más compleja, ya que estos esquemas marginan la importancia que pudieran tener las poblaciones indígenas ya existentes dentro de ese mismo territorio y la interacción con los pueblos migradores.
Uno de los testimonios que certifican la presencia de los celtas en la península pertenece a Heródoto y corresponde a mediados del siglo V a.C. El historiador griego se refiere a los celtas como uno de los pueblos más occidentales de Europa. Sin embargo, el más antiguo testimonio en lengua celta apareció en Huelva en un grafito griego de principios del siglo VI a.C., donde aparece el nombre de Niethoi, probablemente relacionado con el dios irlandés de la guerra Neit.
Como ha señalado Almagro Gorbea, la cultura del Vaso Campaniforme —que data del tercer milenio— pudo haber promovido un intercambio de contactos entre pueblos de la Europa Central y Occidental, de la misma manera que sucedió en el interior de la Península al entrar en contacto los celtas con tartesios e iberos.
El pueblo celta más antiguo de la Península sería el atlántico, cuya lengua principal se ha denominado lusitano. Altares rupestres de estos poblados se han hallado en Ulaca en Ávila o en Peñalba de Villastar en Teruel. A partir del primer milenio estas gentes comenzaron a habitar en castros o poblados fortificados, un tipo de hábitat de escasa organización social, cada uno de los cuales contaba con su divinidad protectora y conservaba la explotación colectiva de las tierras.
Los celtíberos —expresión acuñada por los autores grecorromanos— constituían el grupo más representativo y poderoso de los celtas peninsulares. Poseían una lengua más antigua que otras europeas como el galo o el goidélico de Irlanda. En un primer periodo (600-450 a.C.) construyeron castros fortificados de pequeñas dimensiones, mientras que en una segunda etapa (450-225/200 a.C.) ocuparon mayor extensión y se situaron en zonas como la ribera derecha del valle medio del Ebro. Formaban unas sociedades guerreras que conocían bien las armas de hierro, pero cuyo proceso de expansión fue frustrado por la conquista romana.
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