Todas las culturas han ritualizado con especial cuidado la necesidad de limpieza, que ha tenido además las dos vertientes: la puramente física y la anímica. Las lustraciones, que se distinguían en ordinarias y extraordinarias (las que se celebraban cada cinco años, son las que dieron nombre al lustro), el bautismo, las aspersiones con agua bendita en nuestra cultura, y con la sangre de las víctimas en otras, son ritos de purificación (que así es como se llama propiamente la fiesta de la Candelaria).
En la cultura romana el mes de febrero era el februarius, el mes dedicado a la limpieza general del año: en este mes se realizaba la poda de los árboles, no sólo como necesidad agrícola, sino también como rito; se limpiaban a fondo los establos; se limpiaban los campos (arva) y para dar solemnidad ritual a esta fase tan importante de las labores agrícolas, se hacía una solemne procesión por todos ellos en el contexto de las Lupercales y se celebraban las fiestas llamadas ambarvalias. Para las ciudades se instituyó una réplica denominada amburbium. El día en que se celebraba esta procesión se llamaba februatus dies.
En tiempos, la divinidad que presidía estos ritos era masculina, y se llamaba Februarius (el mismo nombre del mes) y eran los sacerdotes lupercos los que presidían la procesión lustral, cubiertos sus hombros con un vellón. Estos ritos tenían una clara conexión con la fecundidad. De hecho Ovidio los relaciona con las Feriae sementinae de enero, las fiestas de la siembra, que tienen su prolongación en febrero.
Acaso sea una simple casualidad, pero resulta que después de haber luchado el papa Gelasio I (492-496) y sus antecesores por extirpar las lupercales de las costumbres del pueblo, acabó por crear en las mismas fechas (la iglesia romana, el 2 de febrero; la griega, el 14; las lupercales, el 15) la fiesta de la purificación.
Más sorprendente aún es que el emperador Justiniano I introdujera esta fiesta en el imperio de Oriente el año 542 tras una peste que después de asolar Egipto y Constantinopla, amenazaba el resto del imperio. El sentido de purificación y expiación que informaba las lupercales, debía formar parte, con toda probabilidad, del sentido de esta nueva fiesta cristiana. La limpieza física y la de costumbres habían de formar parte de los ritos: para estar bien garantizadas.
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